miércoles, 22 de diciembre de 2010

El tormento de la separación



Libros Poéticos y Sapienciales > Cantares > El tormento de la separación (22:5:2 - 22:5:8)

Yo dormía, pero mi corazón estaba despierto, y oí a mi amado que tocaba a la puerta y llamaba: “Abreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, perfecta mía; porque mi cabeza está llena de rocío y mis cabellos están mojados con las gotas de la noche.”

Ya me había desvestido; ¿cómo me iba a volver a vestir? Había lavado mis pies; ¿cómo iba a volverlos a ensuciar?

Mi amado metió su mano por el agujero de la puerta, y mi corazón se conmovió a causa de él.

Entonces me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon perfume de mirra. Mis dedos gotearon mirra sobre la manecilla del cerrojo.

Abrí a mi amado, pero mi amado se había ido; había desaparecido. Se me salía el alma, cuando él hablaba. Lo busqué, pero no lo hallé; lo llamé, pero no me respondió.

Me encontraron los guardias que rondan la ciudad; me golpearon y me hirieron. Me despojaron de mi manto los guardias de las murallas.

Juradme, oh hijas de Jerusalén, que si halláis a mi amado, le diréis que estoy enferma de amor.

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