miércoles, 22 de diciembre de 2010

Moisés: el Éxodo de los israelitas, un misterio egipcio




"SHEMA JISROEL ELOHENI ADONAI EJOD”
(Oye, Israel, Nuestro Dios Adonay es el Dios Único)

Profeta y legislador de Israel cuyas acciones están descritas en el libro del Éxodo (siglo XIII A. C.?). Sin embargo, dicho libro del Antiguo Testamento está escrito en un registro literario y simbólico que deja en la penumbra la figura histórica de Moisés, rodeándola de milagros, prodigios y leyendas; e incluso existen dudas sobre la existencia real de Moisés, que podría ser un mito.

Introducción

¿Qué puede decir la historia acerca de Moisés y la gran migración del pueblo de Israel a cuyo frente, según la Biblia, le puso Yahvé? ¿Existió Moisés? ¿Hubo en verdad un éxodo?

Durante siglos la historia de Moisés, considerado como fundador y primer profeta de la religión judía, ha ocupado un lugar de privilegio en nuestra imaginación colectiva. Gran protagonista de los relatos iniciales de la Biblia, la literatura y el arte han recreado profusamente los grandes episodios de su vida. Nadie ignora la azarosa historia de su abandono, nada más nacer, en una cestilla arrojada al Nilo que recogerá la hija del faraón. O los sinsabores de su estancia en Egipto, junto a la comunidad hebrea al servicio del faraón, hasta que el homicidio de un egipcio lo obligó a huir al desierto. O la primera revelación de Yahvé, en forma de «zarza ardiente», para comunicar a Moisés su misión de sacar a los hebreos de la esclavitud egipcia y llevarlos a un nuevo país, la «tierra de promisión».

Cuando el faraón desatendió su petición de que permitiera marcharse a sus compatriotas, se abatieron sobre el país las «diez plagas de Egipto», castigando a todos menos a los israelitas cuyas casas había señalado el profeta. Iniciado el «éxodo» propiamente dicho, se suceden episodios aún más legendarios: el paso del mar Rojo, con la milagrosa apertura de las aguas; la «travesía del desierto» durante cuarenta años, en cuyo curso los peregrinos se alimentaron del maná llovido del cielo y bebieron el agua que el mismo Moisés hizo manar de una roca; o la entrega de las tablas de la Ley por Moisés a su pueblo, después de que Yahvé se las revelara en el monte Sinaí. El último acto de la epopeya mosaica consistió en la aparición de Yahvé en el monte Nebo, en la que anunció a su profeta que pronto divisaría la tierra prometida, pero que la muerte le impediría entrar. En efecto, fue Josué quien conquistó el país que se convertiría en patria de los israelitas.

Desde hace tiempo se admite que esta historia, tal como la relata la Biblia, no puede considerarse un relato histórico. Hay muchos elementos fantásticos, algunos introducidos en una época relativamente tardía, como el del milagro del mar Rojo, mientras que otros entroncan con los mitos de otros pueblos del Próximo Oriente, como el del nacimiento de Moisés o las tablas de la Ley. Pero al mismo tiempo existen aspectos que seguramente responden a una realidad histórica genuina, entre ellos la misma idea del éxodo; se sabe, por ejemplo, que en el siglo XIII A.C. existía en Egipto una comunidad hebrea empleada en la construcción de la ciudad de Pi-Ramsés. Historia y leyenda se imbrican así en una narración que constituye uno de los fundamentos de la cultura judía y judeocristiana.

Moisés y la historia arqueológica

En Les secrets de l”Exode (Los Secretos del Éxodo), Ediciones Jean- Cyrille Godefroy, los franceses Roger y Messod Sabbah —judíos ellos mismos— hacen una revelación que no sólo desarma un delicado rompecabezas de miles de años sino que terminaría con gran parte de la literatura del Antiguo Testamento. Según su trabajo, el guía del éxodo judío habría sido en realidad un general egipcio que más tarde sería el faraón Ramsés I, al que sitúan en los años 1299-1297 (a. C.).

Según los Sabbah aseguran que los hebreos eran los pobladores de Akhet-Atón, ciudad del Antiguo Egipto y sede del primer faraón monoteísta Akenatón (Amenophis IV), casado con Nefertiti. Según el arriesgado trabajo de los franceses, Akenatón y Abraham serían la misma persona que vivió hacia el año 1358 (a. C.). Así, Sara, la esposa de Abraham y madre tardía de Isaac no sería otra que la intrigante Nefertiti.

Siguiendo con las hipótesis, el autor de las Tablas de la Ley, aquél que hasta ahora había llegado en canastita hasta la nobleza egipicia, no sería otro que el general egipcio Mosé (Ra-Messou), más adelante el faraón Ramsés I.

Para decir lo que dicen, los Sabbah afirman haber hecho un atento estudio del Antiguo Testamento y de la Biblia aramea y que lo confirmaron tras encontrar símbolos de la lengua hebrea detrás de los jeroglíficos de las tumbas del Valle de los Reyes.

Todo encaja perfectamente en el nuevo puzzle. Según el registro histórico, después de la desaparición de Akenatón, los pobladores fueron expulsados a Canaán por orden del futuro emperador Ay ( 1331-1326 a. C.). En su exilio, quienes se hacían llamar “yahouds” (adoradores del faraón) fundaron cuarenta años después el reino de Yahouda (Judea).

Moisés y las Tablas de la Ley

La tradición judía nos dice de Moisés que fue encontrado en las aguas del Nilo por una hija del Faraón; que creció en la corte egipcia, destacando por su talento y valor; que finalmente reconoció su origen judío y que se enfrentó al propio Faraón, enviando las famosas nueve plagas y huyendo de Egipto con todo su pueblo; que atravesó las aguas del Mar Rojo, sepultando al ejército faraónico bajo ellas; que bajo su guía, los judíos vagaron por el desierto portando la misteriosa Arca de la Alianza hasta encontrar la Tierra Prometida de Canáan; que subió al Sinaí donde Yahvéh le reveló las Tablas de la Ley… y que, finalmente, condujo a los judíos hasta su nuevo hogar, aunque a él se le vetó la entrada, muriendo solo en el desierto.

Para muchos exégetas del Génesis, Moisés, por contra, ni siquiera existió realmente, sino que fue un personaje mítico inventado para corroborar el origen divino del pueblo judío.

Otro asunto oscuro lo representa el propio Éxodo del pueblo judío, encabezado por Moisés, pues según el parecer mayoritario de los especialistas en temas bíblicos, tuvo lugar durante el reinado del faraón Merneptah, cuarto rey de la XIX Dinastía, hijo de Ramsés II el Grande. Pero, tal como se pregunta Vicente Vaquero en su artículo ¿Existió Moisés realmente?, verdades y mentiras del Libro del Éxodo, ¿hubo alguna vez un Éxodo? Porque lo cierto es que en todo lo descubierto hasta ahora por los egiptólogos no hay nada que demuestre que tal hecho tuviese lugar.

Vaquero hace mención, eso sí, a la famosa Estela de Israel, descubierta en 1896 en el templo funerario de Merneptah, en Tebas. La estela de granito, cuyas inscripciones tenían como objetivo principal ensalzar la figura del faraón y su victoria sobre los libios en la batalla de Pi-ire, contiene en sus últimas frases unas interesantes referencias a la situación existente en aquel tiempo en Asia, en las que de pasada, se menciona a Israel: “Los reyes enemigos están vencidos, gritan Salam (paz). Ni uno de los Nueve Pueblos del Arco (los beduinos) levanta la cabeza. Arrasado está el país de los Tehenú (los libios). Los hititas están pacificados. Canaán está saqueado. Conquistadas están Gezer y Ascalón. Yenoán ya no existe. Israel está derribado y yermo, no tiene semilla. Palestina es una viuda. Todas las tierras están unidas y pacíficas. Los que eran turbulentos están sujetos por el rey Merneptah, ¡que viva muchos años!”.

“El hecho de que los especialistas en el Antiguo Testamento pensaran que el Éxodo tuvo lugar bajo la égida de Merneptah ha originado que esta inscripción se haya hecho famosa y tome una importancia que de otro modo no hubiera tenido nunca, por lo que ha pasado a la historia como “la estela de Israel”.

No obstante -apunta Vaquero-, parece olvidarse que, según la Biblia, el faraón que reinaba murió ahogado al intentar atravesar el Mar Rojo en persecución de Moisés y su pueblo, y que Merneptah -cuya momia fue hallada y sometida a diversos reconocimientos- murió como consecuencia de una calcificación de las arterias.

Por otro lado, Luis A. Lázaro, en su artículo Moisés, el mago de Dios, expone otras hipótesis de trabajo existentes sobre la figura de Moisés, como la que nos dice que pudo no ser judío sino egipcio, probablemente un príncipe o sacerdote; siendo él el fundador de la religión hebraica bajo la influencia del culto solar del dios único egipcio Atón.

Algunas cuestiones significativas al respecto: De todas las tribus que acompañaban a Moisés destaca la de Leví, que probablemente serían parientes y el séquito de procedencia egipcia que le acompañó en su aventura, a juzgar por la cantidad de raices egipcias que todavía quedan en los apellidos de los descendientes de aquellos primitivos levitas. Esta tribu operaba como el cuerpo de seguridad personal de Moisés y como casta sacerdotal ostentaba el monopolio del ejercicio de los ritos y la custodia del Tabernáculo (el templo móvil de los judíos durante su éxodo por el desierto) y el Arca de la Alianza.

Además de iniciar personal y oralmente a los sacerdotes del Tabérnaculo -setenta- Moisés transmite la Ley por escrito y se guarda en el Arca de la Alianza, otra influencia clara de los cultos iniciáticos egipcios, donde se guardaban los libros sagrados también en un arca.

Moisés joven en la corte faraónica

En el relato bíblico se exponen las continúas rebeliones que los Hijos de Israel mantienen frente a Yahvéh y a Moisés. El mismo Dios se muestra más intolerante y soberbio que Moisés, cuando intenta en varias ocasiones exterminar a todo el pueblo en masa y los consejos de Moisés le detienen. Pudiera haber ocurrido que en una de estas sublevaciones Moisés fuera asesinado por el propio pueblo elegido para transmitirle su iniciación; y que dicho pueblo, tras generaciones de evolución, logró redimir su profundo sentimiento de culpa por tal magnicidio al incorporarle como pieza angular de su Tradición Sagrada.

Otto Rank, uno de los padres del psicoanálisis escribió una obra titulada El mito del nacimiento del héroe, donde descubre cómo todos los pueblos de la Antigüedad revistieron sus orígenes con las míticas vidas de sus héroes. Y en muchas de ellas se dan asombrosas circunstancias comunes: “El héroe es hijo de ilustrísimos padres, casi siempre hijo de reyes. El niño recién nacido es condenado, casi siempre por el padre, a ser muerto o abandonado; de ordinario se le abandona a las aguas en una caja. Luego es salvado por animales o pastores… y tras azarosos avatares termina alcanzando grandeza y gloria…”

Otto Rank recoge los nombres de Sargón, Moisés, Ciro, Rómulo, Edipo, Paris, Perseo, Gilgamesh y otros muchos héroes fundadores de pueblos más desconocidos. Pero el personaje antiguo más conocido que ejemplifica esta leyenda-tipo es Sargón, el fundador de Babilonia hacia el 2800 a.C., tal como recogen textos en escritura cuneiforme, en los que explica, entre otras cosas, el abandono en el río por parte de su madre sacerdotisa dentro de una cesta de juncos…

Habría que recordar que Abraham, considerado el padre dinástico del pueblo judío, fue rey de Ur, ciudad-estado de la antigua Caldea, aunque la Biblia nos lo presente como pastor de ovejas que emigró a las tierras de Canaán. Otro patriarca, Isaac, revela en su ascendencia orígenes egipcios. Jacob y José dejan entrever su origen fenicio. Probablemente serían líderes de pueblos distintos, que siglos después que Moisés la leyenda enlazó en una misma cadena genealógica, para dar cierta fuerza a sus ancestros y confianza a sus descendientes.

El sacerdote egipcio Manathón, que compiló los datos más exactos de las dinastías faraónicas, afirma que Moisés era un sacerdote de Osiris. La propia Biblia reconoce que Moisés fue educado en los templos egipcios y que ostentaba un alto cargo político, como inspector del Imperio en las tierras de Gosen, donde se asentaba una parte importante del pueblo judío.

En la crónica de Flavio Josefo se dice que Moisés era un jefe militar egipcio, que había conducido una victoriosa campaña militar en Etiopía, justo en el lugar donde se retira refugiado, se casa con la hija del sumo sacerdote y descubre por primera vez a Yahvéh en una zarza ardiente.

Moisés en el Mar Rojo

En otro pasaje bíblico (Éxodo, IV) se menciona a Moisés como “torpe de lengua”, de tal forma que necesitaba a su hermano Aarón para comunicarse con los judíos. Tal vez esto fuera debido a que Moisés no hablaba hebreo y por tanto necesitaba de la ayuda de algún intérprete, al menos al principio del viaje.

Si Moisés era egipcio, ¿Qué pudo hacerle abandonar su tierra y sus nobles funciones para adentrarse en el desierto con una horda de inmigrantes e incultos judíos? Conocido es el desprecio histórico que sentían los egipcios por los pueblos extranjeros. Por otro lado, los judíos eran herméticos en sus costumbres y endogámicos en sus relaciones. ¿Cuál fue el motivo que les impulsó a elegir a un egipcio como su jefe, legislador y profeta de una nueva religión?.

Existen numerosas contradicciones históricas en el relato bíblico del Éxodo, probablemente destinadas a dar coherencia forzosa al orígen mítico del pueblo de Israel, como el único de toda la Tierra elegido por Dios para consolidar una Alianza Cósmica.

Significativo es que Herodoto cite a los fenicios y asirios de Palestina (los judíos) como practicantes de la circuncisión, costumbre que confesaban haber heredado de Egipto.

Según Freud, “conceder que la circuncisión era una costumbre egipcia introducida por Moisés, casi equivaldría a aceptar que la religión mosaica también había sido de origen egipcio”. Esta posibilidad es también contemplada por historiadores como Melle Sellin. Para argumentar esta hipótesis nos remontaremos a la gloriosa XVIII Dinastía, cuando Egipto se transformó en potencia mundial.

Hacia el 1375 a.C. sube al trono el joven faraón que pasaría a la Historia con el nombre de Akenatón. Durante los diecisiete años que duró su reinado impuso a todo el imperio una nueva religión monoteista de adoración al Dios Supremo -Atón- cuyo símbolo visible era el disco solar, como fuente de radiación de la energía y de la luz. Encontramos versos áureos de Akenatón a su Dios Universal que nos recuerdan a los salmos de los profetas judíos y, más tarde, al Corán de Mahoma. Y dice el Faraón: “¡Oh Tú, Dios Único! ¡No hay otro Dios sino Tú!” Y es curiosa esta línea genealógica que geográfica y religiosamente entronca tres grandes culturas en el tiempo: El Atón de Akenatón, el Yahvéh de Moisés y el Allah de Mahoma. Las similitudes de esta sucesión religiosa semítica son fascinantes y demasiado extenso sería desarrollarlas aquí.

¿No pudo ser que Moisés fuera un sacerdote de la Escuela de On, templo dedicado a Atón, y coetáneo seguidor del faraón iluminado?.

Las fechas coinciden. Podría ser que Moisés, viendo destrozado el culto al Dios Único a la muerte de Akenatón y siendo gobernador militar de la provincia limítrofe de Gosen, decidiera llevar a cabo el experimento social más arriesgado de la Historia: crear “casi de la nada” un pueblo, una religión y una nación.

Para el autor angloegipcio Ahmed Osman, célebre por haber identificado al abuelo de Akenatón, Yuya, con la figura del José del Génesis, atacó en 1990 con otra nueva hipótesis. Osman consiguió extender lazos bastante verosímiles para argumentar que Moisés y Akenatón habrían sido la misma persona.

Akenatón, faraón de la XVIII Dinastía que instauró el culto al Dios Único Atón.

Las Tablas de la Ley estaban escritas con signos jeroglíficos, probablemente egipcios, pero ¿decían lo mismo que nos cuenta la Biblia?

Elohim, Adonai… El Dios Único ancestral de los judíos antes de la revelación de Yahvéh ante Moisés.

En el Pentateuco se mencionan a los nombres de Yahvéh, Elohim y Adonai para referirse a Dios. Según Gressmann: “Los nombres distintos son el índice evidente de dioses primitivamente distintos. Pudiera ser que en un principio, todos aquellos nombres fueran índices del choque de fuerzas entre las primitivas tribus hebreas, y que al final prevaleciera la más poderosa y cruel de ellas. Moisés se acoplaría a esta tradición semántica de su pueblo elegido y utilizaría sagazmente sus costumbres religiosas ancestrales para conducirles por donde sólo él sabía”.

Históricamente, Yahvéh era un dios primitivo, volcánico, cruel, patriarcal, celoso y vengativo, adorado por las tribus medianitas de Qadesh, un oasis situado al sur de Palestina, entre la península del Sinaí y Arabia, a quien las enseñanzas egipcias de Moisés y después los profetas intentarían dulcificar y darle un sentido universal. Y para ello Moisés no dudó en emplear una alta magia que es signo inequívoco de que había bebido en los Misterios Egipcios, por lo que sabía preservar los secretos, como el referido al hecho ya citado de guardar los libros sagrados en un arca (como Moisés hizo con las Tablas depositadas en el Arca de la Alianza) llevado a cabo por los cultos iniciáticos egipcios, Tradición ésta que no salió nunca del Templo.

Son diversas, además, las coincidencias entre Atón y el Dios de los judíos, un “pueblo elegido” que terminó asesinando a su libertador Moisés… Y fue gracias a su inmolación, al igual que después ocurriría con Jesús, que su religión se implantó en el inconsciente del pueblo judío, terminando por transformarse con el tiempo. Por eso tiene sentido como expiación del tremendo pecado cometido, el epitafio final de la obra de Moisés a modo de terrible maldición sobre su propio pueblo, que en castigo a su rebeldía lo condena a dispersarse por el mundo y a sufrir sin consuelo los males más terribles. Y todo esto ocurre antes de la conquista de Canaán.

Pero debemos tener en cuenta, antes de crearnos una imagen ya demasiado definida sobre lo que representa Yahvéh en el Antiguo Testamento, las palabras de Félix Gracia en su artículo Yahvéh, el Señor de las fromas. “Algunos comentaristas bíblicos y escritores -dice Gracia- han contribuido con sus opiniones a difundir una imagen de Yahvéh como Dios severo, sanguinario y cruel”; Y se pregunta: “¿es ésta, en realidad, su esencia profunda?”. A este respecto, el escritor español añade: “el hombre no puede juzgar la acción divina como algo que está fuera de él mismo, ya que Hombre y Dios pertenecen a una unidad irrompible. Cuando esta unidad se quiebra, el mundo cae, y toda la Craeción lo refleja”. Y continúa: “el estado normal de las cosas contempla al binomio Dios-Hombre como una realidad inseparable, no disociada. El problema del mundo nace cuando esa entidad se rompe”. “La Creación es un proceso en marcha, donde el Hombre, fiel a su dignidad de origen divino, llega a ser el instrumento de la potencialidad creadora”.

Luis A. Lázaro finaliza su disertación sobre Moisés con estas palabras: “No queremos complicar más las cosas, añadiendo nuevas piezas y especulaciones a este trabajo. Muchas cosas más podrían ser dichas, pero… Lo cierto es que Moisés fue sin duda el fundador del monoteísmo, de la idea de un Dios Único y de una religión universal, que a través de la maldición del pueblo judío, dispersado entre las naciones por siglos, se ha mantenido y ampliando, alcanzando todos los rincones de la Tierra.

Una de las cosas que cabría añadirse, y que tal vez Lázaro no haga por pudor o por mera cuestión de espacio editorial, si la detalla sin el menor escrúpulo, y hasta con desenfado e ironía (irreverencia seguro que para algunos), Joaquín Grau, creador de la técnica regresiva Anatheóresis, en su artículo Moisés, ¿realidad o mito?, redactado para un monográfico sobre los Grandes enigmas del Antiguo Testamento publicado por la revista Más Allá de la Ciencia.

En él, tras una jocosa exposición de los pormenores del éxodo, así como de las figuras y hechos de Moisés y Yahvéh, pone el dedo en la llaga al referirse al pasaje del Mar Rojo, en que va conduciendo a los judíos una nube desde la que Yahvéh habla a unos cuantos elegidos. Y, al parecer, lo hace a través del Arca de la Alianza.

También a los defensores de un Arca de la Alianza, cuya naturaleza es la de un artilugio tecnológico radiotransmisor para comunicarse con “Dios”, se les abren nuevas perspectivas para razonar sus posturas.

Dice Grau: “A estas alturas nadie puede creer ya que Dios sea algo tan patológicamente humano como Yahvéh”. Y también está la existencia de otro artilugio que acompañó y alimentó a los judíos durante los cuarenta años que duró su éxodo (¿por qué tantos?); nos estamos refiriendo a la “máquina del Maná” de la que hablan diversas tradiciones cabalísticas y zoháricas, y que según esas mismas tradiciones custodiaron y se hicieron cargo de su mantenimiento los sacerdotes de Leví. Pero esa es ya otra historia…

Si las teorías de los ingenieros Sassoon y Dale se corroboran mediante el descubrimiento arqueológico del “Anciano de los Días”, también conocido como “máquina del Maná”, se confirmaría que un “Dios” tecnológico proveyó al “pueblo elegido” de herramientas de diseño.

Y otro tanto de lo mismo sucedería si se encontrase el Arca de la Alianza, o si los que dicen guardarla decidiesen mostrarla al mundo.

Fuente: Revista Masónica Fénix - Perú

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