lunes, 27 de septiembre de 2010

BAJO EL BALCON, Under the Balcony, Oscar Wilde

En algún momento he considerado la posibilidad de recitar un poema bajo el balcón de una dama, pero ciertos espíritus racionales han observado que esto sólo puede surtir efecto cuando la dama en cuestión, como mínimo, recuerda nuestro nombre.

Es inútil pretender otra cosa. Es perfectamente lógico que quien dice preocuparse por nosotros jamás intente saber cómo estamos. De manera que les recomendamos a nuestros lectores enamorados que se abstengan de toda aspiración romántica. La más dulce de las mujeres puede convertirse en una reina de hielo, y ustedes mismos, pobres poetas extraviados, serán una anécdota graciosa, patética, escuchada con macabro regocijo por el próximo infortunado que ose abrirle su corazón.




Bajo el Balcón.
Under the Balcony; Oscar Wilde.


¡Oh, hermosa estrella de boca carmesí!
¡Oh, luna de cejas doradas!
¡Se elevan, se elevan desde el fragante sur!
Iluminan el sendero de mi amor,
Para que sus delicados pies no se extravíen
En el viento que corre por la colina.
¡Oh, hermosa estrella de boca carmesí!
¡Oh, luna de cejas doradas!

¡Oh, bote que te agitas en el desolado mar!
¡Oh, barco de húmedas, blancas velas!
¡Vuelve, vuelve hasta el puerto por mi!
¡Pues mi amada y yo deseamos ir
A la tierra en la que los narcisos soplan
Sobre el corazón de un valle púrpura!
¡Oh, bote que te agitas en el desolado mar!
¡Oh, barco de húmedas, blancas velas!

¡Oh, fugaz ave de graves, dulces notas!
¡Oh, ave que descansas en el rocío!
¡Canta, canta con tu voz suave en el vacío!
¡Mi amor en su pequeño lecho
Te escuchará, alzará su cabeza de la almohada
Y seguirá mi camino!
¡Oh, fugaz ave de graves, dulces notas!
¡Oh, ave que descansas en el rocío!

¡Oh, flor que cuelgas en el aire trémulo!
¡Oh, flor de labios nevados!
¡Desciende, desciende hasta el cabello de mi amor!
¡Has de morir en su cabeza como una corona,
Has de morir en un pliegue de sus vestidos,
En el pequeño brillo de su corazón has de reposar!
¡Oh, flor que cuelgas en el aire trémulo!
¡Oh, flor de labios nevados!


Oscar Wilde (1854-1900)

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