viernes, 24 de septiembre de 2010
HAIKU A LA MUERTE.
Que la muerte es parte ineludible de la vida es un hecho cierto. Que dicha evidencia se enfrenta de muy diferente manera según la cultura a la que se pertenezca, también lo es. ¿Nos imaginamos a nosotros –los occidentales- escribiendo nuestro poema a la muerte? Hoy por hoy, en una comunidad donde la muerte sigue siendo un tabú, parece algo muy lejano el que este supuesto se pueda convertir en una realidad. En Japón, sin embargo, el escribir un poema a la propia muerte es una tradición secular: ...la cultura japonesa es probablemente la única del mundo en que ha arraigado y se ha extendido la costumbre de redactar, además de la última voluntad, un “poema de despedida de la vida”. [...] Muchos japoneses se preparan para morir en cuanto sienten su hora cerca. Hacen testamento para repartir sus propiedades y recuerdos personales entre sus familiares y amigos. Estas disposiciones se toman casi siempre en un ambiente de serenidad, e incluso se espera el viaje al otro mundo con cierto agrado. Los preparativos no solo demuestran una actitud realista ante los hechos, sino que aportan sosiego a los moribundos, permitiéndoles poner en orden sus asuntos espirituales y pedir perdón por sus faltas. Desdramatizar la muerte, introducirla dentro de la propia vida y sacarle el mayor partido... ¡cuánto camino nos queda aún por recorrer!
Yoel Hoffman ha dividido su obra en tres partes:
En la primera se estudia la tradición del poema a la muerte según las diferentes maneras de encararla que se han sucedido a lo largo del tiempo en la cultura japonesa. Inicialmente, los poemas a la muerte adoptaron la forma llamada tanka y fueron escritos sobre todo por monjes y sacerdotes budistas, samuráis y estudiosos de la literatura china. No fue hasta el siglo XVI cuando japoneses de todas las clases sociales comienzan a redactar sus poemas a la muerte en forma de haiku, costumbre que se generalizó en el periodo Meiji (1868-1912). ¿Cuál es la diferencia entre un tanka y un haiku? Casi todos los tankas contienen dos imágenes poéticas. La primera se inspira en la naturaleza; la segunda, que puede preceder, seguir o fundirse con la primera, es una especie de complemento meditativo de ésta. El haiku, por su parte, es una forma poética más breve que el tanka y se rige por tres principios: describe un solo estado o acontecimiento; se escribe en presente; y se refiere a imágenes que guardan relación con alguna de las cuatro estaciones.
En la segunda y en la tercera parte del libro se recogen, respectivamente, los poemas a la muerte escritos por 45 monjes budistas zen y por 325 poetas de haiku, abarcando un periodo de casi 700 años (1256-1935). La mayoría de los versos van acompañados, además, por un comentario de Hoffman en el que explica el significado de determinadas imágenes poéticas así como la circunstancia en la que falleció el autor del poema.
ANEXO I: ALGUNOS POEMAS JAPONESES A LA MUERTE
Escrito por Kaso Sodon
Una gota de agua se hiela al instante:
Mis setenta y siete años.
Todo cambia de golpe.
Mana agua del fuego.
Escrito por Sengai Gibon
Quien viene sólo sabe que viene.
Quien se va sólo conoce su final.
Para salvarse del abismo
¿Por qué sujetarse al precipicio?
Las nubes bajas
Nunca saben adónde las llevará la brisa.
Escrito por Banzan
Adiós.
Paso como todas las cosas:
rocío sobre la hierba.
Escrito por Basho
De viaje, enfermo:
mi sueño vaga
por lo eriales.
Escrito por Chine
Se enciende
tan tenuemente como se apaga:
una luciérnaga.
Escrito por Fusen
Hoy, pues, es el día
en que el muñeco de nieve que se derrite
es un hombre.
Escrito por Gaki
Sólo un punto
brilla en la oscuridad:
mi nariz mocosa.
Escrito por Gitoku
Cielo claro.
Por el camino por el que vine
vuelvo.
Escrito por Goshu
Asqueado
del mundo, me retiro
a la mosquitera.
Escrito por Seiju
Venas de agua
sombrean los arrozales con distintos
matices de verde.
ANEXO II: EN LA TIERRA, DESPUÉS DE LA MUERTE
Este 1 de noviembre, por primera vez en mis 45 años, acudí con mi tía al cementerio a visitar la tumba donde reposan sus padres y los míos. En Japón, igualmente, existen unas fechas señaladas para recordar a los que fallecieron. Así lo cuenta Lafcadio Hearn1:
Del 13 al 15 de julio se celebra la Fiesta de los Muertos, el Bommatsuri o Bonku, llamado por algunos europeos Fiesta de los Faroles. [...] A primeras horas de la mañana del día 13, se extienden sobre todos los altares budistas esteras nuevas de la más pura paja de arroz tejidas especialmente para la festividad [...] Los altares de los templos y casas también se decoran con hermosos adornos de papel de colores, y con flores y brotes de ciertas plantas ahuecadas [...] Entonces se coloca sobre el altar una mesita lacada –llamada zen- como las que se utilizan habitualmente en Japón para servir la comida, y sobre ella se ponen las ofrendas. [...] En la tercera y última noche [...] todo cuanto pueden hacer los vivos para complacer a los muertos se ha hecho; el tiempo asignado por los poderes de los mundos invisibles a los espectrales visitantes ha terminado, y sus amigos deben hacerlos regresar.
Todo está listo para ellos. En cada hogar pequeñas barcas de paja de cebada prietamente tejida han sido abastecidas de comida selecta, de pequeños faroles y de mensajes escritos de fe y amor. Rara vez tienen estas barcas más de dos pies de longitud; los muertos, sin embargo, necesitan poco espacio. Y las frágiles embarcaciones se botan en el canal, el lago, el mar o el río, cada cual con su farol en miniatura brillando en la proa e incienso humeando en la popa. Y si la noche es buena, su travesía es larga. Por arroyos, ríos y canales, las flotas espectrales avanzan con su pálida luz hacia el mar; y hasta el horizonte, el mar todo centellea con las luces de los muertos, y el viento marino trae la fragancia de su incienso.
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