blues del atardecer
No me voy de mí misma
por no perder el norte y la cordura,
acepto las heridas,
la sierpe ojo de luna
turbando mis momentos
a solas, siempre a solas
sin cruces ni ataduras.
No huyo ni claudico,
no me entrego ni grito.
Abro la blusa que me poseía
y muestro el pecho al rojo
vivo de las estrellas
y las buganvillas.
Y me quedo en mí misma
alucinada, ebria y desnuda.
Aguardo la guadaña,
la fiera cuchillada
que entrará por mi espalda
hacia mi corazón.
No me voy, me quedaba
con el atardecer
bailándole las aguas
al horizonte a solas
donde mueren los duendes
que me incendian el alma.
ardiendo
Ardiendo
como una bocanada,
como una salamandra al filo de los ojos
de la noche y la deserción.
Atraigo las estelas de todo lo que es grana,
todo lo que resbala por mi piel de canelas
y azúcares mulatas.
Ardiendo como sólo sé arder
acomodo mi paso a la estatura
del camino de piedra
bifurcando sus aguas hacia mares y lunas.
Y todas las candelas arden en su mirada
como una salamandra
como una bocanada del intenso poniente
en cigarrillos rojos y besos de papel.
pájaro ciego
Sé de un pájaro ciego
que se inventó una luna
para no enloquecer ante la sombra,
para no sucumbir a tanta nada,
para sobrevivir a la locura.
Sé de un pájaro roto
por siempre en cada jaula,
esperando la hora de trinar al asombro
gotas de su dolor.
Yo liberé las alas desgastadas
desde la piel cautiva
a los huesos y el alma.
Regalé los espejos abalorios
a las aguas gitanas,
puliendo cada piedra junto al río
entre la brujería y la fe insensata
de inventarse un bordón.
Sé de un pájaro, sé
que culmina su líquida envoltura cada tarde poniente
y tiene que inventarse una luna
para no sucumbir a las campanas
que le tañen arrojos de locura.
Mariana Llano, del poemario inédito "QUÉ ÁNGEL FUIMOS
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