miércoles, 27 de enero de 2010

Escuela de cine del Cusco Promesas en la cordillera

Desde el plano sociológico, la Escuela del Cusco era para algunos un retroceso en las tesis indigenistas, ya que mostrabaal indio exótico, romántico, pasándose la vida en festividades. Para otros, lograba desviar la atención de las condiciones de trabajo y las carencias del campesino, virando hacia lo folclórico. Desde el punto de vista de la historia del cine nacional es un fantasma, una filmografía que ha quedado al borde de la extinción.




Si en el decenio de 1930 el cine peruano oscilaba entre la comedia popular, el radioteatro filmado y algunos amagos de cine costumbrista, que copiaba patrones del cine mexicano y argentino, ya sea en su técnica como en los argumentos, en la década de 1940 y mediados de la siguiente el panorama de producción de largometrajes se volvió magro, manteniéndose a flote gracias al Noticiero Nacional, que era de emisión semanal.
Cursaba 1955 y el Perú tenía más de 10 millones de habitantes, de los cuales nueve millones habitaban los Andes. Hasta mediados de ese año, para los limeños, los que acudían a los cines, el mundo andino sólo se limitaba a algunas postales de Machu Picchu, a fotos etnográficas y a danzas estilizadas.


En el “ombligo del mundo”, en mayo de ese mismo año, Manuel Chambi, hijo del histórico fotógrafo, rodó en 16mm Corpus del Cusco, sobre la fiesta del Corpus Christi, y que junto a la fundación del Cine Club Cusco, el 27 de diciembre, en celebración del 60º aniversario de la aparición del cinematógrafo, se convirtió en el primer paso de lo que por primera vez sería llevar a la pantalla grande el universo andino. Y también la provincia y su gente debutaban en el cine más allá de las noticias.
Un mundo hasta ese momento inédito en el cine peruano se contemplaba a raíz de la agrupación de un grupo de cortometrajistas, que tenía entre las figuras más características a Manuel Chambi, Eulogio Nishiyama y Luis Figueroa.
Este trío dirige entre 1956 y 1960 una serie de cortos documentales que rescataban en su mayoría las fiestas patronales, las tradiciones más emblemáticas de cada población, y así salieron a la luz del proyector obras de Chambi como Carnaval de Canas, Lucero de nieve, Corrida de toros y cóndores (ambas al alimón con Nishiyama) o Las piedras (codirigida con Luis Figueroa) sobre arquitectura preincaica, incaica y colonial.
Pero no es sino hasta finales de 1957 que por primera vez se exhiben estos trabajos en Lima, a invitación de José María Arguedas. Estos cineastas, artesanos del cine, se negaron a la especialización y a la vez ejercieron de directores, fotógrafos, editores o guionistas.


Escuela cerrada
En 1960, Carnaval de Canas y Lucero de nieve obtienen premios en la categoría mejor documental etnográfico en la Reseña de Cine Latinoamericano de Santa Margarita, en Génova, Italia, y su éxito en el 12º Festival de Karlovy Vary, en la otrora Checoslovaquia, en 1964, lograron que el historiador francés Georges Sadoul, en un texto publicado en Les Lettres Francaises, denominara a estas obras como parte de una escuela cinematográfica: Ecole de Cuzco. Y desde aquella época se le llama de esa manera, aunque el apelativo no haya sido del todo justificado. Como dijera el crítico Isaac León Frías: "La Escuela del Cusco fue más una promesa y una esperanza que el desarrollo coordinado de una obra cinematográfica de amplia significación."


Para el crítico Ricardo Bedoya, "la actividad de los cineastas cusqueños no perfiló una escuela con postulados orgánicos articulados o manifiestos. Sus integrantes se vincularon durante un tiempo para reivindicar una imagen del mundo indígena hasta entonces soslayada. Los cineastas del Cusco, casi treinta años después del auge del indigenismo literario y pictórico de la década de 1920, incorporaron el universo andino al cine peruano. Y lo hicieron como un modo de descubrirlo, contemplarlo y celebrarlo. Ninguno de ellos era ‘indio al 70 o 100%’, al decir de Sadoul. Eran profesionales urbanos con ascendientes indígenas pero integrados a la vida cultural del Cusco".
La producción de cortos termina con el largometraje Kukuli (1960), inspirado en una leyenda de Paucartambo, que recurre al documental y a la ficción, teniendo como base a representaciones míticas, bajo la dirección de Luis Figueroa, Eulogio Nishiyama y César Villanueva. Después vendría Jarawi (1964), cinta que marcaría el fin de la escuela como tal, ya que los cineastas realizan obras de manera independiente, pero con los mismos objetivos. Aunque con los años, Manuel Chambi, a decir de sus propias palabras, indicó que ya no le interesaba el cine en su aspecto formal, sino sólo como reflejo de la realidad de su tierra.


León Frías precisa: "Por el carácter de los motivos filmados (ceremonias, fiestas) y la especialidad fotográfica de algunos de sus exponentes, los filmes del Cine Club Cusco no se liberaron de un marcado folclorismo, de un tono colorista, de un quizás involuntario exceso plasticista." Pero a su vez resalta el papel importante que cumplió este club en la búsqueda de un cine de observación de la realidad del campesino.
Bedoya indica que tal vez sean las películas de Manuel Chambi las más representativas del conjunto de los documentales que se hicieron en este período. "Chambi observa, documenta. Su técnica de aproximación le impide apelar a tesis científicas, religiosas o mágicas que expliquen el sentido de lo que vemos y se limita a descubrir una realidad que está más acá del drama o la interpretación antropológica. Las películas registran las apariencias y texturas corporales y el esfuerzo colectivo empleado en la celebración de un rito religioso o una fiesta popular."
Al llegar a este punto, la historia se ve bonita, pero más allá de las utopías arcaicas, de la lectura indígena o indigenista que llenaron los debates de aquellas épocas, queda la pregunta de cómo hacer para que las nuevas generaciones puedan ver fragmentos de lo que significó la Escuela del Cusco.


Mónica Delgado

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