sábado, 23 de enero de 2010

Opinión: Narrativa peruana contemporánea, un mapa

(www.tercera.cl) Sin estridencias, sin mucha publicidad, la narrativa peruana contemporánea se va consolidando como una de las más vitales de las que se escriben en español. Es cierto que los lectores todavía tienden a identificar al Perú con Mario Vargas Llosa y Bryce Echenique. Pero allí está -del grupo de narradores surgido en la década del '80- Alonso Cueto, que con La Hora Azul, ganadora de la última versión del Premio Herralde, se muestra como uno de los más capaces para hurgar en las heridas todavía no cicatrizadas del Perú siniestro de los años de Sendero Luminoso. La generación surgida en la década del '90, en tanto, aporta muchos nombres (o quizás se trate de un defecto personal: es mi generación, y por ello la que más conozco): Jorge Eduardo Benavides, autor de la admirable Los Años Difíciles, empeñado en hacer para el Perú que va de Velasco Alvarado a Fujimori lo que hizo Vargas Llosa con el Perú de Odría en Conversación en la Catedral; Fernando Iwasaki, un escritor versátil capaz de encontrarle el lado cómico a las situaciones más trágicas, autor de los magistrales cuentos breves de Ajuar Funerario y uno de los que mejor ha sabido encontrar los puntos de contacto entre la cultura española y la latinoamericana; Peter Elmore, cuya literatura de personajes que piensan mucho más de lo que actúan -y que en verdad no piensan gran cosa, convirtiéndose así en logradas radiografías de la pérdida de relevancia del intelectual de hoy- merece ser más conocida; Patricia de Souza, una escritora muy versada en teóricos franceses de toda laya, y quizás por ello empecinada en desconfiar de las virtudes mágicas del tan sencillo como complejo arte de narrar (sin embargo, cuando deja a un lado sus armazones conceptuales y se dedica a novelar, es capaz de textos notables como Stabat Mater).


La lista continúa: Jaime Bayly, un gran narrador que nunca se animó a ser un gran escritor; Iván Thays, un estilista de primer nivel que se siente más cómodo dialogando con Calasso y Lobo Antunes que con su misma tradición peruana, y que, con El Viaje Interior, se ha asegurado un lugar en mi lista privada de escritores imprescindibles. Luego, en la lista de novísimos, autores nacidos en los setenta como Santiago Roncagliolo -empeñado en hacer que en su obra convivan textos como Pudor, que parecen transcurrir dentro de una burbuja ahistórica, y controversiales crónicas non fiction sobre Abimael Guzmán-, e incluso en los ochenta, como Luis Hernán Castañeda.


¿Más? Están los cronistas/periodistas reunidos en torno a la revista Etiqueta Negra, responsables de algunas de las mejores páginas de la "literatura sin ficción" en español (Julio Villanueva, Sergio Vilela, Toño Angulo, Gabriela Wiener). Y no hay que olvidarse de los escritores peruanos de primer nivel que son "latinos" en los Estados Unidos y escriben en inglés (Daniel Alarcón es, gracias a War by Candlelight, el más destacado). Y sí, también se puede decir que, a pesar de cierta estrecha mirada nacionalista incapaz de entender que un escritor puede pertenecer a más de una literatura nacional, el mexicano Mario Bellatin es otro gran escritor peruano. Hay más nombres importantes, pero tampoco se trata de ser exhaustivo (y tampoco los he leído a todos). Tengo amigos que defienden a rajatabla a Enrique Prochazka -desconocido incluso en el Perú-, y hay otros que no cesan de recomendar los textos breves de Sumalavia.


El mapa de la narrativa peruana contemporánea es amplio y muy ecléctico. Es cierto que predomina la poética realista, pero también se puede encontrar a autores dados a coquetear con la narrativa experimental de corte metaliterario; los hay muy preocupados en narrar la crisis sociopolítica de las últimas décadas y también están los que de veras piensan que la única patria digna de ser narrada es la de la literatura. A veces se pierden en ociosas polémicas que enfrentan a la literatura "andina" con la de la costa, sin darse cuenta que, desde afuera, todo eso se ve como un intento inconsciente de hacer que lo que se entiende como "discusión bizantina" adquiera pleno sentido. Como a los chilenos o a los argentinos (bueno, como a todos), a los escritores peruanos les gusta pelearse entre sí y son de los mejores a la hora de ningunearse: algunos toman el éxito de Roncagliolo en España como una afrenta personal y otros se muestran incapaces de entender que Thays sea tomado tan en serio a pesar de su actitud de hereje del dogma realista y de su capacidad para hacerse de enemigos con sólo caminar un poco por las calles de San Isidro.


Por suerte para todos, la literatura peruana no sólo la construyen los escritores y los críticos peruanos, aunque la guerra de guerrillas en la que se hallan empeñados es parte imprescindible de las reglas del juego literario. Tampoco hay, a pesar de teorías conspirativas al respecto, una mafia limeña empeñada en canonizar solamente a los escritores nacidos en la capital, aunque es cierto que el centralismo de nuestras naciones hace que a un escritor que vive en el "interior" le cueste más dar a conocer su producción.


La primera obra narrativa peruana que cayó en mis manos fue Los Jefes. Luego leí La Ciudad y los Perros. Más allá de las obvias virtudes narrativas de Vargas Llosa, me sedujo descubrir que en el vocabulario peruano había una palabra como "chompa", tan del castellano de Bolivia. Había afinidades: yo había llegado para quedarme. Después hubo Ribeyro, Bryce, Martín Adán, Arguedas, Palma padre y Palma hijo… Alegra saber que hoy, más allá de las rupturas y continuidades, hay más de un escritor peruano destinado a ser un clásico futuro.

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