Narrativa
Justina, la santa mulata
Pero no interrogues al silencio,
ni al latido.
Reyna Miers.
Cuando hizo el primer milagro, ni ella misma se lo creyó. La gente del pueblo empezó a visitar a la bella mulata, algunos con curiosidad, otros con fe, con verdadera devoción. Mendigos olvidados, ancianos, caminantes, negritos sufriendo males del cuerpo y del espíritu. La Iglesia se encontró entre la espada y la pared. No podía ser posible que en el seno de sus claustros se albergara el fetichismo, la brujería. Debían entregarla al Tribunal del Santo Oficio y sería quemada en la hoguera por hechicera, escarmentar a los demás negros que iban por ahí impunemente curando con yerbas y cánticos salvajes, con tambores y antorchas infernales.
Pero eso no convenía a la cofradía de las Esclavas de la Perpetua Piedad. El escándalo sería terrible. Era mucho más prudente hacer creer al pueblo que la mulata protegida era una santa milagrosa y pura; eso traería buena fama y limosnas a granel.: Así fue como nació el mito de Justina, la santa mulata.
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