martes, 12 de enero de 2010

Viejo Amaru





Había en un tiempo, una tribu llamada Amaru, que habitaba en los Andes, en un amplio, fértil y protegido valle, separado de otros, por tierras áridas y desérticas, por lo que tenías muy poco contacto con personas de otras tribus.

Esta tribu era famosa por la calidad de su maíz y de los vegetales que cosechaban.

El jefe era una anciano llamado Amaru Inca, padre de cuatro bellas hijas. Éstas tenían varios pretendientes, pero el padre no consentía en que ninguna de ellas se casara, pues tenía decidido enviarlas al Templo del Sol en el Cuzco, para servir al Padre de los Incas.

Un día llegó un nuevo pretendiente, que venía del valle de Waman, después de pedir consejo a la Pachamama, la Madre Tierra, a solicitar desposar a la hija mayor para formar una nueva tribu fecunda e importante. Pero el anciano lo rechazó y lo echó indignado, diciendo que sus hijas valían más de lo que alguien pudiera ofrecer.

El joven se marchó muy triste. Le reclamó a la Pachamama que lo había aconsejado mal, y se dirigió a los lagos que daban agua y fertilidad al valle de Amaru, y allí rogaba que lo ayudaran a vengarse de la humillación sufrida. Pedía que perdiera la fertilidad el valle, que las tierras se secaran y las cosechas se perdieran.

Cuando el muchacho regresó a su hogar y contó lo sucedido, su padre también se encolerizó y dio orden de que cerraran el paso en el camino que comunicaba su valle con el de Amaru.

Rápidamente, los habitantes de Amaru comenzaron a sentir las consecuencias de los ruegos de venganza del joven. Comenzó una gran sequía, los manantiales se secaron, las plantas se marchitaban, y los frutos se destruían antes de la recolección. Los arroyos que bajaban de los lagos se anegaban de arena y rocas.

Los habitantes tuvieron que realizar el cavado de un nuevo canal para que el agua del lago llegara y atravesara el valle. Ese es el único arroyo que atraviesa el valle y lleva el nombre de Viejo Amaru recordando estos sucesos.

Algunos habitantes del valle se dirigieron a Waman para atacarlos, se enfrentaron y hubo heridos de ambos lados, pero finalmente regresaron a su tierra. Y desde esos hechos, mientras que en muchos pueblos no está bien visto casarse con forasteros de otros valles, en Amaru se considera de mal augurio no hacerlo.




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