lunes, 11 de enero de 2010

José María Eguren (1874 - 1942)



Eguren y nuestros sueños


Semblanza

José María Eguren (1874-1942) publicó los libros de poemas Simbólicas (1911) y La canción de las figuras (1916). Uno de sus más devotos lectores, Estuardo Núñez, estudioso de la literatura peruana, editó en 1961 Sombras y rondinelas, libro que recogía la producción lírica inédita de Eguren.

Eguren fue en vida, un poeta respetado, pero poco leído; la música de su poesía apenas se escuchaba en esos momentos de auge civilista. Parecía, ya en ese momento, un poeta del pasado que poco tenía que ver con el Perú de progreso y tecnología que daba la impresión de abrirse paso entonces. Algunos espíritus avisados, José Carlos Mariátegui, en sus Siete ensayos (1928) o Jorge Basadre en su libro Equivocaciones (1928), supieron ver la entraña simbolista, el manejo maestro del verso que tenía Eguren.

En el estro del poeta están los románticos alemanes, Novalis especialmente, y el maestro de la poesía francesa, Mallarmé. Pero su inspiración más profunda tiene una fuente personal. Los temas de que habla en su poesía provienen del mundo del ensueño, de la duermevela, del país maravilloso y a veces terrible del inconsciente, de las alucinaciones personales, de la fina garúa limeña. Y ese mundo aparentemente nada tenía que ver con lo que ocurría en el Perú que le tocó vivir y poco tiene que ver, también aparentemente, con el Perú de nuestros de nuestros días. Ya entonces Eguren parecía un hombre de otra época.

Sin embargo, Eguren expresaba y expresa una difícil contemporaneidad, una secreta concordancia con una aspiración sempiterna de los hombres: dar libre curso a los sueños. En su época tuvo una asombrosa isocronía, que nadie ha subrayado hasta ahora, con el psicoanálisis y una coincidencia con una aspiración de la literatura de todos los tiempos: ampliar el campo de la realidad.

Freud fue un pionero de la modernidad. El pone entre paréntesis los conocimientos más sólidos y propicia aquello que se ha llamado un realismo sin fronteras. De parecida manera, en el campo literario Eguren nos dijo, nos está diciendo todavía, que la realidad, no es, no puede ser sólo aquella que describían los versos de Chocano; la realidad era -y es también- la sonámbula, la fantasmagórica, la evanescente del mundo de los sueños.

Eguren cultivó sus versos de manera esmerada, con un gran conocimiento de los recursos técnicos (distribución d acentos, aliteraciones, conteo de sílabas, rimas, versos blancos), con una maestría inigualable en el siglo XX. Naturalmente, no es este dominio formal el que convierte a Eguren en un gran poeta. Él lo es porque cumple una vieja ley de la poesía de todos los tiempos: Su poesía, musical en el mejor sentido del término, tiene un tema central rítmico y numerosas variaciones que van acomodando su armonía a una polisemia de resonancias muy variadas. Es concentración. Dice más con menos palabras.

En el Perú de hogaño, como hemos venido diciendo, pareciera que no hay lugar para la poesía de Eguren, La lucha diaria es muy dura para la mayoría de los peruanos. Aparentemente hemos perdido el derecho de soñar, de perdernos en nuestra propia, enfebrecida imaginación. Por eso mismo, la poesía de Eguren aparece como un contraste necesario. Reivindica el derecho de soñar, la aspiración a que no pase nada, precisamente para que pase mucho, para que en lo que nos ocurra haya algo de elección personal.

Cuando Borges pensó en el Perú lo asoció a Machu Picchu, la vasta reliquia de piedra en la montaña; a un patio enrejado y de fuente; a una línea de José María Eguren. Ese país sutil, esa niebla que envuelve las palabras, ese encuentro con lo más hondo de nosotros mismos, es algo que necesitamos cada vez con más urgencia. Cuando lo tengamos, Eguren será reconocido como uno de los más ilustres peruanos.

Algunos poetas jóvenes se acercan a Eguren porque su poesía es un abismo, un camino a lo ignoto, una rememoración de la infancia y el mundo de los sueños. Y los jóvenes comparten ese misterio con la admiración por Rimbaud, con los recitales ruidosos y los amores centelleantes. Eguren es silencio, es palabra que rememora a "la niña de la lampara azul" , a los "reyes rojos" que "batallan en lejanías de oro azulinas", es adormido cielo, luz cadmio; es o parece ser, el pasado remoto.

Eguren marca, a principios del siglo XX, una manera de escribir asordinada que iba contra la corriente, contra todo lo que es estridencia, patetismo vacuo. Eguren fue el no Chocano, la no estridencia, la separación, la distancia. El Perú, que casi no tuvo poesía de calidad en el siglo XIX -salvo González Prada, verdadero fundador de la poesía lírica en nuestro país- tuvo en Eguren a un abanderado de los valores eternos de la lírica.

Puede conjeturarse que la rueda de la fortuna literaria, en el siglo XXI, volverá sus ojos a Eguren por múltiples razones, porque una línea suya nos simboliza tan bien como un huaco Chimú o una tela Paracas. Eguren es el Perú sutil, neblinoso, la palabra dicha a media voz, el Dios familiar que prende en la noche una luciérnaga llamada esperanza.


Poesía

Lied I
¡Sayonara!
Blasón
Los reyes rojos
La niña de la lámpara azul
El caballo
Peregrín, cazador de figuras
La muerta de marfil
La danza clara
Los robles
El bote viejo
El duque

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LIED I

Era el alba,
cuando las gotas de sangre en el olmo
exhalaban tristísima luz.

Los amores
de la chinesca tarde fenecieron
nublados en la música azul.

Vagas rosas
ocultan en ensueño blanquecino,
señales de muriente dolor.

Y tus ojos
el fantasma de la noche olvidaron,
abiertos a la joven canción.

Es el alba;
hay una sangre bermeja en el olmo
y un rencor doliente en el jardín.

Gime el bosque,
y en la bruma hay rostros desconocidos
que contemplan el árbol morir.

(De Simbólicas)
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¡SAYONARA!

Hoy el sol tamizan los glacés azules
del delicioso camarín de Mignón
sobre campánulas pintorescos gules
y muñecas de comprimido cartón.

Las de cobalto figulinas galantes
loca rondinela fingen sin cesar;
y de Watteau las pinturas elegantes
y camafeos semejan bostezar.

No lejos de alba Venus de Carrara,
junto al grotesco Luzbel en oración,
se adivina en rojas letras: ¡Sayonara!
la doliente despedida del Japón.

Gongo lloroso y extraña barcarola,
del rosado país ensueño letal,
la obscuridad nos dicen de la amapola
que se inclina y cierra en el carmín cristal.

En de luz país y sombrilla verde
felices ríen princesas de pasión…
bien sabes tú la esperanza que se pierde
cuando el tam tam demanda desolación.

Deliciosa mignón con festivos ojos
y con castaño cabello, blonda bebé;
de tu estancia veo mis luceros rojos
que en el espacio mueren ¿dime por qué?

Escucha, tenue lirio de terciopelo
en tu floreado diván de Estambul:
Yo tengo una añoranza de un triste cielo,
y de una muerta rosa en tu alma azul.

Reír te miro, con tu sonrisa clara,
entre exóticos juguetes de cartón;
mas ¡ay! el terrible y dulce ¡Sayonara!
En tus ojos se presenta de mignón.

(De Simbólicas)
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BLASÓN

A niña que dulces amores sueña
la persigue el Duque de los halcones;
y si no mienten las fablas de la dueña,
se acercan doradas tribulaciones.

En la roja almena canta el autillo
y con miriñaque beldad se asoma;
y tiene encendido el dulce carrillo,
murmura y tiembla como la paloma.

La urraca se oculta. La niña mira
con sus ojos zarcones la aspillera,
ya con aliento de rosa suspira,
ya el cintillo descoge lastimera.

Vienen la coja reina y los nobles;
raudo el Duque procura alejamiento;
pero las ayas de los fustes dobles,
la aurora predicen del sufrimiento.
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LOS REYES ROJOS

Desde la aurora
combaten dos reyes rojos,
con lanza de oro.

Por verde bosque
y en los purpurinos cerros
vibra su ceño.

Falcones reyes
batallan en lejanías
de oro azulinas.

Por la luz cadmio,
airadas se ven pequeñas
sus formas negras.

Viene la noche
y firmes combaten foscos
los reyes rojos.

(De Simbólicas)
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LA NIÑA DE LA LÁMPARA AZUL

En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su caballo la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
con fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.

(De La canción de las figuras)
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EL CABALLO

Viene por las calles,
a la luna parva,
un caballo muerto
en antigua batalla.

Sus cascos sombríos…
trepida, resbala;
de un hosco relincho,
con sus voces lejanas.

En la plúmbea esquina
de la barricada,
con ojos vacíos
y con horror, se para.

Más tarde se escuchan
sus lentas pisadas,
por vías desiertas,
y por ruinosas plazas.

(De La canción de las figuras)
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PEREGRÍN, CAZADOR DE FIGURAS

En el mirador de la fantasía,
al brillar del perfume
tembloroso de armonía;
en la noche que llamas consume;
cuando duerme el ánade implume,
los órficos insectos se abruman
y luciérnagas fuman;
cuando lucen los silfos galones, entorcho
y vuelan mariposas de corcho
o los rubios vampiros cecean,
o las firmes jorobas campean;
por la noche de los matices,
de ojos muertos y largas narices;
en el mirador distante,
por las llanuras,
Peregrín cazador de figuras,
con ojos de diamante
mira desde la ciegas alturas.

(De La canción de las figuras)
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LA MUERTA DE MARFIL

Contemplé en la mañana,
la tumba de una niña;
en el sauce lloroso gemía tramontana,
desolando la amena, brilladora campiña.
Desde el túmulo frío, de verdes oquedades
volaba el pensamiento
hacia la núbil aúrea, bella de otras edades,
ceñida de contento.
Al ver oscuras flores
libélulas moradas, junto a la losa abierta,
pensé en el jardín claro, en el jardín de amores
de la beldad despierta.
Como sombría nube, al ver la tumba rara,
de un fluvión mortecino en la arena y el hielo
pensé en la rubia aurora de juventud que amara
la niña, flor de cielo.
Por el lloroso sauce, lilial música de ella,
modula el aura sola en el panteón de olvido.
Murió canora y bella;
y están sus restos blancos como el marfil pulido.

(De Sombras)
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LA DANZA CLARA

Es noche de azul oscuro…
en la quinta iluminada
se ve multicolora
la danza clara.

Las parejas amantes,
juveniles,
con música de los sueños,
ríen.

Hay besos, armonías,
lentas escalas;
y vuelan los danzarines
como fantasmas.

La núbil de la belleza
brilla
como la rosa blanca
de la India;
ríe danzando
con el niño la Muerte
cano.

(De Rondinelas)
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LOS ROBLES

En la curva del camino
dos robles lloraban como dos niños.

Y había paz en los campos,
y en la mágica luz del cielo santo.

Yo recuerdo la rondalla
de la onda florida de la mañana.

En la noria de la vega,
las risas y las dulces pastorelas.

Por los lejanos olivos,
amoroso canto de caramillos.

Con la calma campesina,
como de incienso el humo subía.

Y en la curva del camino
los robles lloraban como dos niños.
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EL BOTE VIEJO

Bajo brillante niebla,
de saladas actinias cubierto,
amaneció en la playa,
un bote viejo.

Con arena, se mira
la banda de sus bateleros,
y en la quilla verdosos
calafateos.

Bote triste, yacente
por los moluscos horadado;
ha venido de ignotos
muelles amargos.

Apareció en la bruma
y en la harmonía de la aurora;
trajo de los rompientes
doradas conchas.

A sus bancos remeros,
a sus amarillentas sogas,
vienen los cormoranes
y las gaviotas.

Los pintorescos niños,
cuando dormita la marea,
lo llenan de cordajes
y de banderas.

Los novios, en la tarde,
en su alta quilla se recuestan;
y a los vientos marinos,
de amor se besan.

Mas, el bote ruinoso
de las arenas del estuario,
ansía los distantes
muelles dorados.

Y en la profunda noche,
en fino tumbo abrillantado,
partió el bote muriente
a los puertos lejanos.

(De Sombras)
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EL DUQUE

Hoy se casa el Duque Nuez;
viene el chantre, viene el juez
y con pendones escarlata
florida cabalgata;
a la una, a las dos, a las diez;
que se casa el Duque primor
con la hija de Clavo de Olor.

Allí están, con pieles de bisonte,
los caballos de Lobo del Monte,
y con ceño triunfante,
Galo centrino, Rodolfo montante.

Y en la capital está la bella,
mas no ha venido el Duque tras ella;
los magnates postradores,
aduladores
al suelo el penacho inclinan;
los corvados, los bisiestos
dan sus gestos, sus gestos, sus gestos;
y la turba melenuda
estornuda, estornuda, estornuda.

Y a los pórticos y a los espacios
mira la novia con ardor;….
son sus ojos dos topacios
de brillor.

Y hacen fieros ademanes,
nobles rojos como alacranes;
concentrando sus resuellos
grita el más hercúleo de ellos:

- ¿Quién al gran Dueque entretiene?...,
¡ya el gran cortejo se irrita!...
Pero el Duque no viene;…
Se lo ha comido Paquita.

(De Simbólicas)

Bibliografía

En vida publicó Simbólicas (1911), La canción de las figuras (1916), Poesías (1929, además de los dos libros mencionados incluía Sombra y Rondinelas). La primera edición de su poesía completa (1961) estuvo a cargo de Estuardo Núñez, uno de sus estudiosos más tenaces. A ésta seguirían dos ediciones de las obras completas del poeta Eguren, a cargo de Ricardo Silva Santisteban, una en 1974 y otra en 1997. En 1967 el mismo Silva dio a conocer Campestre, en 1969, desconocido hasta entonces.

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